lunes, 13 de septiembre de 2010

Una noche de viernes

En una noche de septiembre en pleno día viernes y en vísperas de la madrugada del sábado, he visto una de las historias más sobresalientes de los últimos tiempos en mi vida. Y me llena de orgullo el haber sido testigo auditivo de dicha experiencia, se las contaré de la misma manera que se me contó. Los protagonistas ellos, dos jóvenes, mujer y hombre, juntos en la noche y en el anunciante amanecer de una historia sin enredos.



Ella de tez morena clara. Cabellera de rizos pronunciandos, mostrando un pelo poderoso y provocador. Una nariz hecha de la mano de un artista, una barbilla anunciando unos labios con la humedad perfecta y el semblante necesario para inducir al pecado. Su cuerpo lleno de energía, viveza, juventud y sobre todo de belleza, del cual cualquiera podría perder hasta la cabeza. Un caminar y un andar como pocos; nada exuberante, nada jactancioso, simplemente el paso justo y necesario con el debido porte y merecimiento de cada movimiento. Cualquier mujer se sentiría no solamente amenazada por dicho andar, si no se sentiría celosa de ver tanta elegancia en un caminar.



Él tal vez no menos importante, pero jamás descrito como tal, se ha dicho que es necesario él no describirlo, para guardar su anonimato, pero se dice que dicho hombre tiene la facilidad con las mujeres, ese toque, esa delicadeza y toda esa empatía que se necesita para engalanar. Y lo más importante de él, es su forma tan capaz de querer fácilmente a cualquier persona.



A la luz de la descripción de nuestra pareja, podemos resumir que ella es una mujer por demás única y admirable causante de todo delirio de nuestro protagonista. A nuestro varón parece sufrir de Alzheimer, pues ha olvidado toda técnica y toda forma de galantería, pues ella con su dulce mirada y su enorme dulzura, lo hace vulnerable a cualquier ataque. Cada vez que ella se presenta ante él, a él se le olvida hasta la identidad, quedando atónito con semejante belleza.



Todo empezo entre las 20 hrs de la noche del viernes. El lugar, el departamento del protagonista. Un amigo en común estaba citado para encontrarse con ellos, ese mismo día, sin embargo nunca llegó. Bendita coincidencia, digo bendita por que provocó nuestra historia y una las noches más sublimes para él. Yo no recuerdo historia alguna que jamás hayamos recordado que haya sucedido algo parecido.



Todo comenzó con una breve plática discutiendo la cena, una cena por demás común, pero para nada corriente, llena de toques mágicos y seducción, pues ellos entienden una cosa a la perfección, en la cotidianidad esta la grandeza de los grandes momentos de la vida. Él con su filosofía del ahora, que salió sobrando durante la cena de fideos y picadillo. Se interrumpió repentinamente la velada, pues se entablaron y se vieron las primeras chispas de la noche. Después de comprar algo de tomar, empezaron en la sala ha hablar de temas para nada triviales, acerca del ser uno, de la persona, de la familia, de los objetivos de vida y sobre todo de experiencias pasadas. Durante poco más de diez copas la casualidad hizo presencia. Él realizo un movimiento demasiado preciso para sentarse y en ese momento ella realizó una maniobra medio especial, lo que provoco el par de movimientos perfectos para eliminar distancias, y es que se quedaron tan cerca, se vieron fijamente cara a cara, tan corta la distancia que decir que había diez centímetros de camino entre sus bocas se pecaría de inprudencia. En ese mismo momento la música se apago, con los mismos escasos y pocos precisos diez centímetros y con el deseo al desborde, dejaron que la casualidad y la gravedad hicieran no solamente el resto, si no su maldad. La distancia se esfumo y se tradujo en un beso. No era cualquier beso, les juró que ese beso se podría ver a kilómetros de distancia, de esos que roban el aliento y pisan el alma, de esos en donde el mundo y el universo se detienen pues ellos crearon la obra maestra, de esos momentos en donde describirlo lo único que provocaría sería insultar el momento. Es decir un beso que dice más de mil palabras…

domingo, 12 de septiembre de 2010

Mil bocas

Una persona como yo, no calla, habla sin cesar, sin cansancio y mucho menos reserva alguna. Siempre ha sido con una sola consigna decir lo que pienso. A través del tiempo he demostrado que proliferar lo que uno traía en la cabeza es posible, claro, sin morir en el intento. Salir avante diciendo a los cuatro vientos lo que pienso, puede ser signo de admiración para unas personas y símbolo de vergüenza para otras tantas, pues muchas veces se pronuncia palabra sin cuidado y se puede lastimar a la gente.

Sorprendentemente he de callarme solo en ciertas ocasiones. Puedo dejar de decir palabra alguna, si se cruza el momento adecuado. No se puede hablar de cualquier momento para que pase esto, tiene que haber condiciones, lugares, etc., pero principalmente tiene que estar involucrado con ese ser tan especial llamado mujer. Y mi boca ha de cerrarse por sus besos, no lo niego, soy un fiel seguidor de ellas y un constante inocente de sus encantos, pues es suficiente sus labios para callar estos labios sedientos de pasado. Mi camino ha sido arduo y largo, pues mil bocas he probado y he de morir entre la línea de la locura y la realidad para encontrar el beso perfecto. Eso permitirá que mi nombre quede grabado con letras de oro en el cielo, para ser leyenda entre las leyendas.

Pero ¿qué es el beso perfecto? Es un Beso lleno de toda sinceridad, gracia, armonía y magia, apremiante como todo buen suceso. Camino sinuoso, lleno de agravios y pocos participantes, porque muchos empiezan y pocos serán los que han de seguir por el mismo sendero. Pues este puede hacer que la vida sea más que eso.

El beso perfecto solo se consigue con la boca perfecta. Encontrar una boca perfecta es una tarea valiente y por demás complicada. Se necesita de una mujer con personalidad. Porque pueden ser labios hermosos pero carentes de fuego e intensidad. En cambio si una dama con clase, integridad y dulzura puede formar los labios más preciosos jamás vistos entre la gente.


Jamás he encontrado el beso perfecto, por eso solamente le pido a Dios una cosa antes de morir, que haga justificable mi camino de mil bocas, dándome la dicha de de lograr: el beso perfecto.